Nuevas aventuras de la señora L

La veo llegar, como siempre, desde la puerta del cine en que trabajo. Al fondo, bajando por las escaleras mecánicas del centro se le ven primero los pies, luego el cuerpo redondito, y finalmente el rostro inexpresivo. Desde dónde estoy, no sé, puede que a cuarenta metros de las citadas escaleras, veo su cara pero no puedo leer bien en ella sus sentimientos. Mucho menos sus mentiras. En cualquier caso sí la veo preparando el espectáculo a medida que se va acercando. El rostro es serio, desde luego. Quiere decir algo. Pero no lo hará hasta que esté a mi altura. Ella sólo gasta energía cuando le apuntan los focos, cuando tiene espectadores delante.

- Buenas tardes. Hoy vengo malísima. Me tendrán que ayudar ustedes los muchachos a limpiar un poco las salas. Estoy fatal.
- No debió venir.
- Ya sé, ya sé, pero yo soy muy burra para el trabajo. Yo vengo hasta muriéndome.


-Nesesitoplata para traer a mi hija de Chile. Ya me queda poquito para tenerla aquí y no

quiero quedar mal con los jefes. Pero yo no sé si hoy… Ustedes me van a ayudar…

¿Verdad?

Claro que la ayudamos. Cuanto haga falta. Otras veces ha usado el mismo truco así que no sabes si hoy es más cierto que la última vez pero no sé, le veo mala cara. O está realmente enferma o es que cada día afina mejor sus actuaciones.

Desde la última vez y desde el último artículo que escribí sobre ella, ha habido novedades. Desde que dije que engañaba sobre sus compañeras y exageraba sus méritos para conseguir ser encargada… ¡Han echado a varias personas! De las dos primeras bajas, unas chicas que trabajaban el fin de semana como hormiguitas y con las que todos mis compañeros y yo estábamos muy contentos, sólo se sabe que cometieron algún pecado oscuro relacionado con hablar más de la cuenta. La señora L vino llorosa al cabo de una semana y me dijo que le había dolido la expulsión de una de ellas. ¡Y eso después de hablar tan mal de estas las pasadas semanas!

Dos minutos después lloraba de risa contándome una de sus ocurrencias.

A veces, la señora L debería ensayar mejor sus actuaciones. Pena y risa sólo van de la mano si tienes cuatro años o si estás loco. Ella no está loca y tiene ya una cierta edad.

Dos semanas más tarde echaron a otra chica porque era lenta, porque sólo reaccionaba por estímulos sonoros como “Venga, espabila” o “Muévete, cariño, que tenemos prisa”. La señora L no tuvo que actuar aquí. Igual que nos dijo a todos lo que opinaba sobre la chica debió decírselo a su jefa. Estaba convencida de que hacía una labor social expulsándola de sus labores. Ya he dicho que ella quiere ser encargada a toda costa y sobre toda mujer que le pongan de compañera. Su frase, como la de todos los policías a lo Clint Eastwood de las películas es: “No necesito compañeras, trabajo mejor sola”.

Nadie dijo nada al respecto porque desde luego la expulsada era bastante lenta.

La señora L es la trabajadora de la limpieza que más ha durado en el puesto sin ser excepcional en su trabajo. Y ahora admito que me equivocaba cuando pensaba que debía emplear su energía en trabajar y no en denostar a sus compañeras o decir de sí misma que era la trabajadora definitiva, bombardearnos con publicidad de sí misma. Me equivocaba mucho.

Ella sigue ahí, por encima de todo y de todos y consiguiendo que de tanto en tanto le hagamos el trabajo los “muchachos”. Y que además le escuchemos sus historias: las dramáticas, las pornográficas, las de miedo, las de amor, las de cotilleo…

¿Cómo lo hace?

Si han visto “Chicago” entenderán que las apariencias no sólo engañan si no que son imprescindibles para triunfar en la vida. En la película las bailarinas atraen a su público y la fama que buscan haciendo cualquier cosa menos bailar. Con el escándalo de sus vidas y vendiendo intimidades llegan más lejos que con su arte. Exactamente igual que nuestros famosos de la prensa rosa. Y aunque nadie parece tan tonto como para caer en ese tipo de seducciones, estas siguen funcionando. Lo que brilla es lo que capta primero nuestra atención. Ningún poeta piensa en el lado oscuro de la luna cuando escribe. Y eso porque no lo ve.

Puedes ser el mejor en tu trabajo y sin embargo no ser nada si no consigues que te vean trabajar. Marilyn Manson dice más o menos en una de sus canciones que sin una cámara grabándote no existes. Sin una cámara o sin unos ojos y unas orejas, añadiría yo.

No se trata de ser productivo sino de parecerlo.

La señora L hace bien en buscar espectadores cuando se mueve. Esos minutos de atención dirigida son inteligentes. Los despidos de sus compañeras y su propia persistencia en el puesto así lo demuestran.

Y si las apariencias fallan, la señora L ha descubierto nuevas técnicas de seducción laboral o de ganarse a las altas esferas.

A nosotros, los acomodadores que podemos hablar de ella y en ocasiones ayudarla, nos trae bizcochos de vez en cuando.

Al encargado le trajo un pastel no hace mucho.

La señora L sabe como ganarse el entorno: mentir sobre las bondades de sus competidoras, trabajar sólo cuando la miran y decir lo bien que trabaja a todo el mundo, adular a los jefes… Actuar todo el tiempo. Que se note que trabaja en un cine y para actriz… ella. Que nadie la vea sentada aunque lo haga a menudo y a escondidas.

Lo sabe muy bien: en estos tiempos el marketing lo es todo.

P.D. ¿Será verdad lo de su hija o es otro engaño para añadir dramatismo a su situación? Es lo único que le falta para el Oscar.

Comentarios

Imlaris ha dicho que…
Increíble secuela del retrato de la señora L, sigue siendo fiel a la realidad. Y eso q Houellebecq es su "preferido", como ayer admitió, jejeje.
Los fans de esta saga esperaremos ansiosos la tercera entrega...
Anónimo ha dicho que…
No he leído el anterior episodio,y quizá no debería opinar, pero yo que tu me ponía una ristra de ajos colgada al cuello cuando vayas a trabajar.
Sergio ha dicho que…
Bueno, esta señora acabó siendo expulsada por los superiores. Ser listo está muy bien hasta que te pasas. Ahora nos reímos mucho recordándola.

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