Preguntas


Esta me puede preguntar lo que quiera.




Camino hacia el trabajo. Estoy en mitad del “subidón” que me produce una canción de IAMX, mi último descubrimiento musical. Y entonces, cuando paseo junto a una carretera el vehículo se detiene. Dentro hay una mujer de unos treinta y tantos con dos niños colocados e insonorizados en la parte de atrás. Ella baja la ventanilla de su lado para “sonorizarse” y me pregunta algo, probablemente por una calle de Castelldefels. Yo no quiero interrumpir el subidón musical, sé que no sabré la respuesta. Le digo mediante gestos sin quitarme los cascos ni escucharla que no soy de la zona. Pero ella gesticula a su vez para que me quite los cascos y la escuche. Me sorprende su reacción así que le hago caso y la escucho decir algo así como “pero prueba, a lo mejor sabes dónde esta”. Le pido que me repita la pregunta y lo hace. La escucho. No tengo ni la más remota idea. Es la primera vez que oigo hablar de esa calle. Teniendo en cuenta que sólo conozco el lugar dónde se ubica la estación de Castelldefels, su centro comercial y el nombre de su plaza si alguien lo menciona en voz alta(a lo que podría decir algo como “Sí, sí, esa plaza la conozco, me suena ese nombre”) las posibilidades de poder responder a esa pregunta eran mínimas. No necesitábamos llegar al extremo de reventar mis orgasmos musicales. Ahora, cuando regrese a la canción en la que estaba sumergido y en estado semionírico ya no será lo mismo. No podré escucharla desde el principio porque solo estoy a tres minutos de llegar al trabajo y el tema dura cuatro con cincuenta segundos y encima me ha cabreado lo que ha hecho esta mujer tan insistente. Además me hago más preguntas. Cuestiones que me amargan el resto del camino ya sin banda sonora que lo anime. ¿Por qué a mí? Entiendo que en mitad del Sahara, con una cantimplora casi vacía y un entorno de dunas de arena y un sol de justicia de los de diez mil grados a la sombra en un lugar dónde ni siquiera hay sombra esa señora me viese y desesperada tratase de sonsacarme a toda costa información sobre la dichosa calle. Entendería que me apuntase con un arma y ya en el suelo me obligase a buscar en mi pequeño cerebro la más mínima pista sobre la ubicación de la calle para escapar del desierto y dejar de estar perdida. Y yo, de manera socrática, buscaría a toda costa el conocimiento en mí. Lo que no entiendo es que en una calle abarrotada y con ejércitos de ejecutivos que salen de su trabajo, personas que pasean a sus perros, llevan al colegio a sus niños, van al trabajo sin escuchar MP3 o tal vez llevan una guía de Castelldefels bajo el brazo me tenga que tocar a mí hacer de Cicerone de la zona. Que se insista en que bueno, tal vez sepa lo que ya he dicho que no sé y luego, claro, he terminado por confirmar con cara de idiota que no sabía a ver si eso la convencía más de que soy un caso perdido. ¿Por qué a mí? Tal vez ha pensado que llevando gafas y según la teoría de Woody Allen, puedo ser más inteligente que el resto de la población por este hecho y si cerca de mí no había más gafotas no podía dejarme escapar a mí, el único que podía resolverle el problema. ¿Y si no es eso? ¿Y si quería follar conmigo? Pero luego está el hecho de que la calle está muy concurrida, de que lleva dos niños en los asientos traseros del coche, de que tal vez se ligue haciendo preguntas pero no obligando a responderlas ni mucho menos sacando de su mundo feliz de música en MP3 a nadie. En todo esto se me escapa algo. ¿El cerebro de una histérica? O tal vez sea otro el problema. Podría ser una autista que sólo me ha visto a mí, se ha centrado por unos segundos en mi persona y realmente no ha visto a nadie a su alrededor. La mente nos juega malas pasadas. No vemos lo que queremos, sólo lo que podemos. Ella tiene prisa por llegar a la dichosa calle y ante la desesperación del instante no acepta que alguien le diga que no tiene ni idea antes de que ella misma formule la pregunta. Y claro, luego está que las mujeres no aceptan un no por respuesta. Tal vez se trate del orgullo y de que se haya sentido ofendida cuando ni siquiera he querido escucharla y no he querido renunciar a mi música. ¿Habrá pensado que yo, como el resto de los hombres… miento? Eso la habrá jodido tanto que ha decidido a su vez joderme a mí y simplemente obligarme a mirarla a la cara y no tratarla como a un vendedor de mecheros urbano o a un limpiaparabrisas de semáforo. ¿Quién soy yo para hacerle un gesto de que me deje en paz? Eso le ha parecido inaceptable y le dado una puñalada en su ego femenino. Y después de todo, lo peor es que yo me he quedado así. Con una incógnita y una frustración. A ver si es que la gente no es cómo yo que antes de preguntar miro por todos y cada uno de los lados la respuesta por si acaso yo mismo la puedo resolver. A ver si es que la gente no piensa tanto y tan a menudo sobre todo ni le da la misma importancia a las cosas. ¡A ver si el raro soy yo!

Comentarios

Adriana Bañares ha dicho que…
y yo le pregunto: ¿Cuando actualizara´s?
Sergio ha dicho que…
Pues esta semana toca otro, claro. Mañana o pasado. Gracias por seguir ahí. Yo también estoy en el tuyo. Aunque no siempre lo notes.

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