Antes de la conclusión


El juego sucio empeoraba. Cada ataque contra mi credibilidad era respondido con nuevos argumentos por mi parte para defenderme y un posterior contraataque de la oposición (más sucio si cabe). El último que me llegó me recordó maniobras plagiadas de Hugo Chávez. Se rumoreaba que si yo salía elegido las sesiones golfas y matinales se incluirían dentro del horario normal y no se cobrarían como extras. También que los descansos para la cena se harían recuperables. Maniobras despreciables pero casi rutinarias para mí que conozco a ese encargado desde hace cuatro años y esto no aporta novedades a su discurso. En cualquier caso suelo tener argumentos y me sobran palabras. Si no se frecuenta la mentira es fácil defenderse.

Hastiado, me saqué del tablero pidiendo mis últimos días personales. La última semana antes de las elecciones me dediqué al ocio, contuve la posibilidad de escándalos sexuales muy habituales en política(a duras penas), reduje el nivel de estrés con valeriana… Mi vida personal era más tempestuosa que la profesional pero esa es otra historia. Al menos podía ver este tema con perspectiva.

Llegué al trabajo un día antes de que se formase la mesa electoral con el más antiguo de la empresa, el mayor y la menor.

N., una compañera, me informó de las últimas novedades. El despacho gastaba sus últimos cartuchos mezclando mentiras con intimidación. Cómo aburre la vida cuando sorprende tan poco…

Mi compañera aseguró que la intención de voto seguía siendo buena: “Soy tu representante oficial en la barra de las palomitas, en chuches tienes, tal vez, a X., en taquilla a esa otra ¿O no? Bien. Acomodadores tampoco van mal. A ver qué pasa mañana…”

Lo que pasó “mañana” es fácil de resumir. Las elecciones serían tres días más tarde. Los miembros del sindicato estaban indignados con las noticias de los chantajes y vendrían para apoyarme estos días. El sindicalista de la oposición seguía compartiendo cafés y sexo metafórico con los encargados. Un asco.

Pero lo peor era el rostro de algunos. Controlados por el miedo como la opinión pública americana cuando Bush necesitaba una guerra, empezaban a decantarse por el despacho o por el voto en blanco. Empezaba a sufrir el lento deterioro de mi fuerza de apoyo sumada a la posible abstención de algunos por vacaciones o festivos (esto era lo peor). No las tenía todas conmigo. Ni a todos tampoco.

Sólo la frase de aquel poema que tanto me gusta: “No te sientas vencido, aún vencido”.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Ten cuidado guerrero.

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