Campaña, esquizofrenia y otras decepciones


Todo el hombre moderno se resume en "El grito" de Munch
Estaba haciendo campaña. Tenía dos o tres allegados que se ocupaban de ahorrarme trabajo y la hacían por mí. Pero me gustaba acercarme un poco a los votantes. Al menos a los difíciles. Con ellos no tenía nada que perder así que por qué no intentar lo imposible…
Ella era la novia de alguien que no solo deseaba que perdiese en las votaciones como enlace sindical de la empresa. También me deseaba ver arrojado desde el campanario de la iglesia del pueblo. A mí y a mi novia. Habíamos tenido diferencias y yo las había resuelto mediante la manufactura, es decir, por el uso más plebeyo de las manos. Pero con la novia que no lo sabía todo y sólo lo intuía todavía podía hablar. Ella también trabajaba en la misma empresa. Mi discurso fue sincero. Primero le expliqué los motivos por los que no se debía votar a un sindicalista que es amigo de los encargados. Sé que parece increíble que este tipo de obviedades se deban explicar pero en el otro cine de la empresa se presentó un encargado y salió elegido porque caía bien. La realidad está llena de estos absurdos. Si Hitler viviera tendría votantes en su país. Más de los que imaginamos. Y mis contrincantes no son tan siniestros como el Führer.
Terminé con la explicación y ella pareció convencida pero no me decía nada sobre lo de votar así que me mostré lo más conciliador posible.

- Sé que tu novio no votaría nunca a un tipo como yo. Dirá algo así como “yo a ese gilipollas no le voto”. Pero no importa. Es comprensible. No nos llevamos bien. Por más que yo estoy para defender el derecho de los trabajadores por encima del de los jefes. Incluso sus derechos serían más defendidos por mí que por el otro vendido. Pero de todos modos no importa. También entiendo que tú no me votes. Tu pareja es lo primero. Mira, nos conocemos desde hace años y mi amistad por ti va a seguir siendo la misma. Entiendo que no quieras tener problemas con tu pareja. Te ha pedido en matrimonio ¿verdad? Con eso no se juega. Después de esto, votes a quién votes a ti no te lo tengo en cuenta. Por eso no te preocupes. Yo sólo te explico por qué no se debe votar a X.


- No… Si yo… A ver, yo ya le dije a mi novio que votaría a quién quisiera. No tiene nada que ver que seamos pareja. Yo tengo derecho a votar a quién quiera. Y bueno, a él tampoco le cae tan bien X.. Si te tengo que votar te votaré.

Bueno, era un voto de los calificados por mis compañeros como imposibles. Más no se podía hacer. Regresé a mi puesto de trabajo.
Allí traté de imaginar si aquella lata de coca cola que le arrojé a la cara a su novio o cuando le agarré del cuello y le llevé hasta la pared (creo que no le pegué, no lo recuerdo muy bien porque no era yo el que hacía eso, era mi otro yo) serían determinantes en contra de mi política.
Por lo menos nadie me puede calificar como un político insincero. Sólo esquizofrénico.
El problema es saber sobre la sinceridad de los votantes. La intención de voto podía ser buena hasta que llegasen a las urnas y todas sus buenas intenciones se demostrasen como educadas pero falsas sonrisas ante un interlocutor apasionado como yo.
Cuando se trata de valorar la sinceridad del prójimo lo mejor es no pensar.
Si eres lúcido, ahorra amarguras.

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