Una cita en Barcelona(IV)
Yo
últimamente noto que percibo más detalles que hace años dónde se
me escapaba hasta el color de ojos de la persona con la que
hablaba(¿El color de ojos? Hasta el de la ropa que llevase puesta).
Ahora noto que puedo mantener una conversación y percibir más
detalles conscientemente y otros, curiosamente, rememorarlos o
percibirlos en diferido y cuando los escribo. De hecho reescribir la
vida es una manera de sacarle el polvo a lo que recuerdas. No
perdemos los recuerdos. Los archivamos en neuronas polvorientas y de
difícil acceso(pero a las que con un cierto esfuerzo podemos
acceder).
En
una primera cita puedes ver, si tienes la mente receptiva, el futuro
con esa persona. Incluso a través del disfraz de rol que adopte
dicha persona y sus mentiras para caer mejor, esas que solemos
adoptar(o no) durante los primeros tiempos antes de bajar la guardia
y que nos pillen los "pecados" y el verdadero yo, el de
andar por casa.
Lali
le pidió al camarero que le calentase más la leche del café, luego
le pareció muy caliente y finalmente se quejó con dureza que había
pedido sacarina y "que lo había dejado bien claro". No
quise ponerla nerviosa pero yo, junto al aturdido camarero, tampoco
recordaba que ella hubiese pedido sacarina o nada de lo que había
requerido a posteriori. Nunca he creído que el cliente siempre lleve
la razón. Sólo hay que seguirle la corriente como a los locos.
Tras
solventar los escollos del café en su punto, me tocó un
interrogatorio en primer grado y al que sólo le faltó bombilla
contra mi rostro sobre mi vida. Todo el mundo quiere saber sobre el
otro. Sólo digo que hay maneras y maneras y sus preguntas
atropelladas me hacían pensar que estaba rellenando un formulario y
no que estaba tomando tranquilamente un café con una posible amiga.
Sólo le faltó pedirme un informe médico, los títulos académicos
y un juramento de buenas prácticas. Yo le dí un breve paseo sin
excesos retóricos sobre mi vida reciente y circunscrita a este
último año que no ha sido de los peores pero tampoco de los
mejores. Le hablé de mi compañera silenciosa, de mi trabajo en la
biblioteca, de que yo también tenía una hermana con la que me había
peleado pero no era tan grave y la navidad anunciaba ya posibles
absoluciones.
Luego
me preguntó sobre hijos, si quería tenerlos y sobre bodas. Esas son
preguntas que no me gustan y que respondo con desgana, como el
cantante que lleva tres mil kilómetros de viaje y quinientas ruedas
de prensa dónde le hacen la misma pregunta siempre. Me muestro
educado pero levemente seco, me identifico por si alguien lo ha
visto con el personaje de George Clooney en "Up in the air".
Al menos con el de la primera hora de película. Lacónico.
Ella
siguió insistiendo y me pidió explicaciones de por qué no quería
tener hijos y yo bordeé pero no caí en el "porque no me da
la gana". Sólo saqué un par de balones fuera, le dije que
en el mundo tiene que haber de todo y yo cubro el necesario cupo de
raros que necesita la naturaleza para que ya estén cubiertos todos
los papeles que tienen que repartirse. Y que las minorías de
extraños o retrasaditos como yo también merecemos un respeto, tal
vez algún día no seamos minoría.
Como
seguía insistiendo con esos temas yo decidí asaltar al enemigo con
un golpe bajo que me hubiese valido tarjeta roja desde fuera y le
pregunté a bocajarro: "¿Y lo de llamarme para que
follásemos por teléfono se te ocurrió sobre la marcha o surgió
así de repente?"
Se
puso más roja que la tarjeta que no me sacaron.
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