Despistes
Me miraba
intensamente. Con lo fácil que es incomodarme. Yo caminaba hacia ella y ella
hacia mí. Ya sólo estábamos a un puñado de baldosas de que yo le dijera “¿Qué coño estas mirando?”. Pero luego se
agotó el espacio entre nosotros y al menos esta vez tuve la fiesta en paz. Dejé
correr la afrenta de una mirada descarada.
Ella, por su
parte, no dejó de sonreír hasta el final. Pareció estar a punto de decirme algo
pero lo dejó en sonrisa y pasó de largo.
Cuando
llevaba unos metros más andados el reconocimiento explotó en mi cabeza. Con
bastante retraso. Me miraba porque me conocía. Y yo a ella, claro. Era M.. La
conocemos todos por aquí. Ha salido hasta tres veces por este blog.
La primera
es la de la noche en que la conocí hace años. Estaba un poco bebida y yo
también pero menos porque el “Red Bull” me había hecho de desfibrilador del
ataque etílico que me iba a producir todo lo que había tomado. En palabras más simples,
yo “controlaba” más que ella. Lo sé porque a los cinco minutos de que me la
presentase J. (es un gran relaciones sociales, el ochenta por ciento de mi
galería de personajes de este blog vienen de sus presentaciones no
solicitadas), ella me comentó que de pequeña se masturbaba con los Clicks de
Famobil. No le pregunté por el método que seguía, ni siquiera al cabo de los
años soy capaz de imaginarlo pero el comentario quedó flotando ahí en el aire,
sin réplica que devolverle. Yo me limité a escribirlo aquí.
Otra de sus
apariciones por el blog fue cuando se apuntó a un par de negocios piramidales.
El de las cremas Mary Kay y el otro, puede que herbalife. Me dio pie a hacer
crítica social sobre los trabajos que son estafas encubiertas.
Su tercera
aparición y creo que última fue el cumpleaños de J. que celebramos los tres una
noche de Viernes Barcelonesa, hablando todo el tiempo y comiendo en
restaurantes como personajes de Woody Allen.
Y ahora M.
había pasado frente a mí y se había quedado atrás pensando en lo estúpido que
era yo que ni la había saludado después de haber pasado una época en el mismo
trío de amistad, quedando para pasear el perro, celebrar cumpleaños o escaparme
de que me hiciera un peeling o me vendiera cremas Mary Kay. Pero si hasta nos
felicitamos por Facebook.
Debo decir
que había cambiado mucho. Un poco por el tiempo y bastante por las modas. Con
otro peinado y otro color de pelo ya era otra mujer. Eso solo funciona en las
películas de espías y conmigo que voy despistadísimo. En fin, me supo mal.
Pero me dejó
muchos recuerdos además de los repasados. El tipo que la dejó la noche que la
conocí es el “doctor extraño” según apodo de J.. Lo rebautizó así porque tenía
la capacidad de confundir la mente de las mujeres. Después de dejar a M.
despechada, se fue a por Rocío, una vecina y amiga de J. y mía. Le ofreció lo
mismo que a M.: infidelidad, excusas, disgustos, abandono final sin muchas
explicaciones… Salvo las de echarle la culpa a ellas por cualquier tontería. Nada
aprovechable. ¿Qué veían ellas en un tipo que sólo le era fiel a la cocaína?
Pálido como la nieve que se metía por la nariz y luchando como un campeón por
parecerse al bonito cadáver que se estaba ganando a pulso y esnifadas. Nunca entendí
su éxito. Hechizos, ya lo dijo bien J..
Porque el
doctor extraño siempre fracasó en sus relaciones pero nadie puede decir que
tuviera mala suerte con las mujeres, eran las mujeres las que tenían mala
suerte con él. Uno de esos hombres que arrasan y no vuelven a dejar que crezcan
las ganas de volver a verles cuando pasan por ellas. Ideales para los
aspirantes a segundo plato, los hambrientos de migajas o los buitres que solo
ligan con mujeres que han bebido para olvidar. No fue el caso, claro.
Pero todo
esto que son muchas frases aunque pasó fugazmente por mi cabeza, quedó muy atrás.
Como la persona a la que no había saludado. Lo siento M.. Ni siquiera puedo
recomendarte que leas este blog porque es muy íntimo y la intimidad que acabo
de contar es precisamente la tuya.
Así que el
otro día, cuando vi a Rocío, decidí sacudirme el despiste y dejar de quedar
mal. A la segunda mujer conocida del doctor extraño sí la reconocí de lejos.
Esta vez nada podía salir mal. Simplemente me acerqué, le sonreí, la saludé.
-
Eyyyyy,
Rocío.
-
Eyyyyy,
Susi- me dijo ella.
Claro,
claro. Rocío era su hermana. Ella es Susi. Esto ya no es despiste, es
gilipollez. Ya mañana me compro una bolsa para ponérmela en la cabeza cuando
salga a la calle.
Comentarios
Abrazo, Sergio.
y lo de saludar.... A mi eso me pasa mucho, soy muy mala para las caras, me suena la gente vagamente, así que cuando me cruzo con alguien del que no recuerdo su nombre o la procedencia... me planto en un : eyyy hasta luego!! y ya jajaja.
El tipo este... Supongo que tendrá un recorrido más o menos afortunado hasta que se le acabe la suerte o la chispa esa. Sus costumbres no dan para mantener a ningún Casanova. y también puede pasarle que se encuentre con una mujer que le haga lo mismo.
Madre mía lo de los Famobil me ha dejado ojiplática jajajaja
Bss ;)
Con lo del saludo al final no sé si he hecho más el tonto pero le he dicho posteriormente y por Facebook que no la había reconocido con el nuevo look y blah, blah y que disculpas. Aún no ha respondido pero tiene poco movimiento por allí, se nota que no lo usa mucho. Besos
Sobre los saludos, yo soy malísima. A veces me he cruzado con mi padre y no lo he visto, así que imagina con los demás. Y en estas situaciones te encuentras con dos bandos: los que se ponen echos una furia o los que pasan de ti. ¿por qué tenemos que tener dos bandos para todo? Mira que nos gusta pegarnos.
Y lo de los tíos cafres con éxito... jamás lo entenderé. Ya ni lo intento. Por suerte los huelo a la legua, pero con la edad se pierde olfato... Solo espero que no se me acerquen.
Supongo que el éxito de este tipo es que da la sensación de seguridad de que no necesita a nadie. Y es cierto. No necesita a nadie. Literalmente. Y en sentidos más desagradables de lo que nos podemos imaginar. Necesita rayas.
Buen fin de semana.
sera porque hace años que no me escribis desde aqui
un abrazo inmenso