Estaba medio dormido cuando el recuerdo me despertó. Un recuerdo que experimento como si fuera ahora. Ella me agarra las nalgas y me arrastra hacia sí. Impulsiva y vehemente como si fuese el último día. En ese lugar de paso que ahora sin embargo es un coto privado para nosotros dos. Nos amparamos a medias entre la oscuridad y lo infrecuente de que justo por allí pase gente. Tal vez nos arriesgamos al accidente, a la mirada de un niño, a la inminente creación de un trauma. Pero el deseo nos ha cogido en ese lugar y a esa hora. Y ella me ha agarrado bien y choco contra su cuerpo y nos enfrentamos pubis a pubis aunque todavía con la ropa como última barrera de la carne. Mis manos hacen el molde de su culo, giran en esa curva deseada y ya sí, nos concentramos en el beso, en mi boca cabe su lengua y en la suya la mía, compartimos el aire y el mismo beso porque ¿Quién besa a quién? ¿Se besa o se es besado? Ni lo uno ni lo otro. Entre dos labios tan pegados sólo puede haber democracia. Y la excitación más subterránea que me lleva a levantarle la falda hasta el ombligo y bajarle las bragas hasta dónde puedo con una mano y luego ya la prenda íntima, por su propio peso y por la lascivia de la gravedad sigue su curso y llega hasta el obstáculo de sus rodillas, tropieza, se cae hasta sus tobillos tal vez, no lo sé, no estoy para mirar dónde está la ropa que me sobra o le quito o le aparto. Yo por ese lado lo tengo más fácil. Sólo una cremallera y el deseo que se asoma por allí pidiendo objetivo. El que encuentra y atraviesa entre la verga y la pared. Contra el muro y con fuerza, sin soltar el beso y agarrados el uno al otro perdiendo individualidad por momentos. Sólo unos instantes en los que el tiempo deja de existir porque los relojes no funcionan en mitad del éxtasis. Ni deben hacerlo. El tiempo sólo avanza hacia algún lugar y se pone en funcionamiento después del orgasmo, justo cuando empieza la realidad. Pero en ese momento estamos más allá del mundo. A veces es posible superarlo. Al menos con la persona adecuada que decida que tú también eres adecuado-a. Es el instante en que nos estamos canibalizando el uno al otro y cuanto más conseguimos menos nos basta. Todo es ascenso. Todo avaricia del otro cuerpo.
Estoy dentro de ella por arriba y por abajo. Comienza el movimiento, el forcejeo necesario del placer. De lejos nos llegan las voces de personas que no nos ven pero creo que las recuerdo ahora. Los sentidos en ese momento no están para escuchar voces de personas de paso que nos puedan detectar allí, contra esa pared, el uno contra la otra o al revés pero sin claro vencedor porque no se está compitiendo.
Noto el grito de su orgasmo en mi boca. Lo sé porque me baja por la garganta excitando y arañando y finalmente logrando el mío que también se filtra entre sus labios. Sin ese beso interminable que nos amordaza nos hubiesen oído. O tal vez lo hayan hecho igual, respiramos tan fuerte que hemos dejado sin aire el escenario en el que lo hacemos. Respiramos tan fuerte que aunque nos disfracemos de oscuridad siempre dudaré si no nos contempló algún voyeur.
Por fin separamos la boca pero no el cuerpo. Ella sigue recostada en vertical y perdiendo rigidez contra ese lecho de cemento improvisado. Yo por mi parte la secundo y siento que las piernas no me sostienen con el entusiasmo de siempre. Estamos a punto de recuperar la vergüenza. Después del orgasmo se acaba la tregua con la rutina. Ya oigo el dichoso tic tac y cómo se despierta la vida cotidiana.
A veces pienso que cualquier día de esos me pudieron hacer padre.