Una cita en Barcelona(VI)
Su
madre y su hijo estaban en casa de su hermana y su cuñado. No sé si
lo sugirió ella.
Su
casa estaba en un recinto de chalets adosados con aparcamiento
privado. Bonito lugar para vivir. Y muy tranquilo.
Le
envidié el vecindario. Era un lugar en el que podía soñar con
estar en paz con todo el mundo y no escuchar a los miserables que
tengo encima y me suelen alterar el ánimo y puede que hasta el
carácter. Pero a la altura de mi experiencia ya sé que la envidia
sólo es estar especialmente desinformado. Una persona sin mis
problemas es una persona con sus propios problemas (y no eran los de
Lali como para desearlos).
Aún
así no pude dejar de seguir apreciando el silencio sobre nuestras
cabezas dónde solo había un techo y no unos muebles arrastrándose
o piezas metálicas cayendo al suelo.
Ni
gritos en la calle de niños en horario adulto, ni la música salsera
de los vecinos de al lado a la que yo ataco con la mía no menos
salvaje. Aquel lugar era un perfecto armisticio para mí.
Me
ofreció y acepté una copa de vino y brindamos por el encuentro y
por la cena y nos reímos de algo que no recuerdo pero que seguro que
no era tan divertido como nos parecía por culpa del alcohol. A
partir de aquí descarrilo un poco por la memoria, el tren se ha
salido de la vía y sólo recuerdo vagamente que hacíamos chistes
con doble sentido que llevábamos al terreno sexual.
Fui
al servicio y aproveché para lavarme un poco la cara que falta me
hacía. Me empezaba a sentir medio idiota por el embotamiento del
alcohol. Al salir descubrí que no había nadie en el comedor, sólo
esa gran pantalla de televisión con aspecto de mini-cine, sus
muebles de madera sólida y noble y una mesa de centro con dos copas
de vino vacías en el centro. Ni me molesté en curiosear sus
retratos de familia, probablemente colocados por toda la casa por su
madre.
Busqué
a Lali por una casa de al menos ciento veinte metros cuadrados. Buena
casa para sus padres, ella y su hijo pequeño pero no tan grande como
para no localizarla pronto. Estaba al fondo de un pasillo largo con
una habitación al fondo. Fui hacia allí sin pensarlo dos veces.
La
descubrí en bragas. Se acababa de quitar casi toda la ropa y los dos
pechos me resultaron repentinamente excitantes. No percibí
anquilosamiento alguno. Todo lo contrario.
Me
acerqué a ella. O nos acercamos el tinto y yo. Muy contentos. Tal
vez el último vino había sido incluso vasodilatador.
Ella
me esperaba tranquila.
Llevábamos
cinco horas de cita, salgo a post por hora, y ahora por fin podía
decir que ocurría algo interesante.
Nos
besamos mientras mi mano se deslizaba hacia sus nalgas sin pensar ni
por un segundo que se las iba a dejar puestas mucho tiempo.
Creo
que fue divertido. Sin las inhibiciones habituales de la primera vez.
Aunque tal vez sea más divertido ahora que lo recuerdo mientras lo
escribo y porque a mí me divierte narrarlo, porque pienso como Joan
Didion eso de que “nos contamos historias para poder vivir”.
Y en mi caso para encontrarlo todo más divertido. Aunque
honestamente lo recuerdo vagamente, sólo me vienen como flashes de
estar sudando desesperadamente sobre ella y pensando que Lali encima
estaría mejor porque una mujer, a diferencia de un hombre(si este no
tiene el tamaño viril de un caballo), al ponerse encima se puede
sentar y estar más cómoda que el compañero que en cambio tiene que
apoyar su propio peso sobre los antebrazos además de no perder el
ritmo sexual y realizar una serie de esfuerzos extra que no ayudan a
que sea divertido(aunque es un deporte magnífico). En cualquier
caso no había confianza para sofisticados recursos sexuales, no
recuerdo haber aportado litografías de especial relevancia al Kama
Sutra.
Sobre
las tres de la mañana la función terminó y se bajó el telón(y
dónde digo telón puedo decir otra cosa). Y yo no quería quedarme
en ese teatro o mejor dicho, en cama ajena. Me estaba “despertando”
de las brumas del alcohol.
Así
que me fui con ganas de irme y con esa prisa tan masculina cuando no
hay otra cosa que sexo. De pronto quería desaparecer de su vida.
Hasta tenía el arrepentimiento de haber entrado. Y por algún motivo
y a pesar de los sudores todo me parecía muy frío y lo frío me
suele deprimir.
Pero
en la calle recordé que mi libro seguía en su bolso. No es la
primera vez que me pasa. Los hombres deberíamos tener una
alternativa a los bolsos femeninos.