Otra sobre escritorcillos engreídos (y II)




Sabía cuál era su punto débil.
Cuando entré en su página me lo encontré insultando a alguien en los comentarios por alguna crítica que le había hecho a su entrada. Era su día a día, uno de estos blogueros que sólo son divertidos en la caja de comentarios no son precisamente blogueros. Especialmente cuando la diversión te la causan los anónimos que van a criticarles.
El sujeto acababa de salir de una denuncia contra una ex que le acusaba por contar su vida íntima incluyendo fotos en su página. Como le habían dado la razón en el juicio, comentaba alegremente el nombre de esa chica y se quedaba en el cobarde límite de dar unos pocos datos que no le comprometieran pero sí hicieran saber quién era a los que supieran algo del asunto.
Entré llamándome Juanito y haciéndome pasar por un mexicano imposible en la vida real:
Oye, way, ya pues anímate nomás y envíame una novelitas bien buenazas de las tuyas que tengo unos chamaquitos que me leen poco y tienen la cabeza medio hueca. Pero no tengo dinero. Ya sabiendo que eres un compadre buen corazón te pediría que me las enviases gratis y ya que dios te lo pague. Gracias de antemano. Eres grande.

Me respondió:

No puedo enviarte gratis nada. No me queda casi para gastos. Lo siento, gracias.

Sabía que lo de pedirle algo gratis le hacía subirse por las paredes. Pero acababa de decir en un post que él le regalaba sus novelas a quién no tenía para pagarlas y quería divertirme con eso, trabajar un poco su altruismo de chichinabo, su palabrería de “bienqueda” para conseguir lectores que no le conocían o no sabían que llamaba ratas asquerosas a los que leían su blog y no le compraban nada. Insistí. Bueno, lo hizo Juanito:

Ya way, yo sé, pero yo no tengo ni para el puchero. Anda abusado y envíamelos que yo sé que hace poco dijiste que regalabas tus libros a quién no podía. Son para los chamacos. Que lean algo lindo.

No tardó ni dos horas en responder:

Anda tú y dile a tu madre que te los compre vendiendo el coño caradura. Que te he dicho que no tengo. ¿O es que allí no entendéis el español, panchitos de mierda?  

Pues no me costó mucho, la verdad. A partir de ahí la avalancha de comentarios criticándole. No por no enviarle los libros a Juanito. Más bien por el tono. Cuando llevaba cinco respondidos dejó de hacerlo.
Al día siguiente entré como una chica de dieciséis años a decirle que el adelanto de su novela me parecía flojo y me respondió que su polla me parecería más dura. A continuación nueva avalancha de comentarios contra él.
Al cabo de cuatro días me convertí en una feminista de una asociación a la que no le gustaba su cuento de la ecuatoriana y después de llamarme feminazi comenzó a insultar hasta que le callé la boca hablándole de demandas. Los matones, cuanto más agresivos, más cobardes en el fondo.
El juego me divirtió un par de semanas pero me aburrí pronto. Era demasiado simplón. Era demasiado fácil. Cuando creía que el personaje que me inventaba era más inverosímil más tragaba él. Y llegado cierto punto ya me estaba empezando a sentir contaminado de toda esta mugre psicológica.
Sacar lo peor de una persona es fácil. Lo difícil es sacar lo bueno. Especialmente cuando esto último escasea.
Hace poco se ha divorciado y pide dinero para los que quieran curiosear sobre su vida de divorciado. Yo sólo me siento verdaderamente curioso por la buena literatura así que ni me he planteado entrar.
Ha censurado los comentarios libres y sólo se le puede comentar vía facebook. Una pena porque entre el mundo troll siempre hay gente divertida y no lo digo por mí. Tampoco por los que se limitan a insultar. Me refiero a los que argumentan en contra con ingenio. Aunque eso no es trolleo, es más bien oposición o crítica constructiva. 
Y este tipo, lo puedo asegurar, por mucho que dé la cara y no cumpla con el requisito de anónimo es un troll.
Pero atacarles es perder el tiempo. Peor enemigo que ellos mismos no tienen.  

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