Escalera al infierno


Escaleras del metro de Praga



La primera vez que me encontré con unas de las escaleras mecánicas de Praga quedé muy sorprendido. Con la inclinación de una pirámide azteca y los suficientes metros de bajada como para rodar durante un buen par de minutos, el peligro era real. La velocidad era escandalosa. Nada más subir sufrí el tirón de la mecánica. Me sentí como el superhéroe Silver Surfer surcando el espacio pero no el interestelar si no el viciado de esos metros tan profundos. Es como si el checo se hubiese ensañado con la tierra y prefiriese construir hacia abajo en lugar de hacia arriba. Supongo que los constructores de ese metro querían una plataforma petrolífera y sacarse un dinero extra pero vieron que allí no había nada y lo dejaron en transporte suburbano. Al menos los habitantes de esas bonitas casas bajas de la ciudad no sentirán vibraciones cada vez que les pasa debajo el tren subterráneo.

Yo disfrutaba dejándome llevar por esas escaleras. Ya que no hago rafting ni puenting puedo presumir de practicar deportes de riesgo no menos dignos.

El billete me había costado 28 coronas. Tenía una hora y media según el billete para deambular por esos subterráneos. Al parecer iba por tiempo. No entendía nada de lo que decía la máquina automática pero le eché dinero hasta que me sacó el ticket.

Al día siguiente apuré. La línea de metro en Praga es fácil de entender. Sólo tres líneas muy bien conectadas y rápidas(A, B y C o si lo prefieres Verde, Amarilla y Roja) con derecho a transbordo. Yo usaba mucho la línea amarilla y en cuatro estaciones sin esperar más de cinco minutos cada tren, ya estaba caminando por la plaza del centro antiguo dónde hicieron barbacoa con un hereje y ahora venden unos dulces que me gustan mucho y unos pinchitos con cerveza que no llegué a probar pero tenían buena pinta. Esta facilidad engañosa del metro me hizo comprar un billete de 18 Kc. Ahora tenía veinte minutos para usarlo. Sobrado, muy sobrado.

Encontré en esas fantásticas escaleras de todo. Dos enamorados, aprovechando que no había nadie en las suyas de subida se sentaron y se fueron besando mientras los escalones les desplazaban hacia arriba. Tenían un buen montón de metros para besarse. Una japonesa detrás de mí en las de bajada se abrazó a su novio conmovida por la romántica escena. Los enamorados turistas no se encontraron con ningún checo haciendo uso de su carácter checo que les patease el culo por estorbar el paso.

También vi otro turista joven y descerebrado bajando en dirección contraria y desafiando la gravedad mientras sus compañeros de las otras escaleras le reían la gracia. El rostro de la gente que estaba en mis escaleras era de miedo. Con esas escaleras no se juega. Si se cae alguien arriba tiene más de cincuenta personas que pueden caer con él como fichas de dominó humanas.

En un metro del centro escuché unos gritos horribles y gárrulos. Tres adolescentes gritaban como verduleras y decían no se qué de perder su metro. Fue mi primer contacto con españoles en Praga. Me prometí no decir ni una sola palabra en español a nadie. Sólo inglés y si me preguntaban por la nacionalidad ya me haría pasar por italiano o por judío de Hungría.

Probé otro día un billete en el que te decía que tenías derecho a quince minutos. Sólo diez coronas.

De hecho el penúltimo día apuré todavía más y usé el billete más sencillo, pasar de comprar ninguno. No ocurrió nada a pesar de las cámaras que te vigilan todo el tiempo. Me estaba integrando plenamente al transporte suburbano de la ciudad.

El último o el penúltimo día vi lo que significa ser mayor en Praga en toda su crudeza. Una señora de unos sesenta años (no tan mayor) no se atrevía a bajar las escaleras. Miraba horrorizada esos escalones que se movían tan rápidos y la inclinación de ese terreno metálico y móvil como una promesa de caída segura. Alguien intentó ayudarla pero ni por esas. De hecho, esa persona estuvo a punto de caer con ella. Mi pensamiento en esos instantes fue: “¿Quién será más rápido, estas dos mujeres rodando por las escaleras o yo corriendo hacia abajo?”

Supongo que la señora nunca llegó a bajar por allí y cogió un taxi. O eso o ahora no debe estar viva.

Pero lo peor estaba por llegar. Ocurrió cuando me disponía a despedirme de la ciudad. Y del modo más inesperado.

El último día Praga me cayó con todo el peso de la ley. O con una parte de su peso, pongamos el cincuenta por ciento.

Había comprado un billete de 10 coronas y bajé por mi parada habitual de la línea amarilla. Dos tipos uniformados me pararon. Me pidieron en inglés el billete (se veía que yo no era de allí por lo que es más habitual que te controlen más). Yo se lo dí sin ningún problema. Pero de pronto uno de ellos se puso nervioso. Dijo que no estaba bien, que ese billete no servía en Praga. Cómo yo no entendía el motivo me sacó un folio dónde decía en inglés que mi billete era el de niños. Los adultos pagan un mínimo de 18 Kc no de 10. ¡Noooo! ¿Y yo que sabía? Si quisiera colarme no compraría el billete infantil, sencillamente no compraría ninguno. Pero nada. El otro tipo me pidió el pasaporte y yo le dejé el carnet. Al parecer si no pagas te cogen esa documentación y te llevan a comisaría. Sales de allí cuando tienes el dinero. ¿Y si no lo tienes qué? ¿No sales nunca?

La multa era de 700 coronas o 30 euros. Afortunadamente tenía dinero para comprar mi libertad pero ya me chafaron el último día en su país.

“That’s my job” dijo el segundo tipo devolviéndome el carnet. Sí, claro, su trabajo consistía en romper los sueños de los turistas ignorantes como yo. Ya me podía haber pillado el día anterior que no llevaba billete.

Esa noche me iría de Praga con mucho gusto. Primero hacían sentir como una cucaracha a Kafka y ahora la tomaban conmigo. Si hubiese sabido leer checo… Pero un cursillo de esa lengua todavía es más caro que la multa por no pagar el billete. Me quedo con la multa, merecida o no.

Lo siento pero tengo que decirlo. ¡Os merecíais el comunismo!

Si Stalin levantara la cabeza os lo mandaba cogido de la mano de Fidel Castro y os metía un régimen que ni el de Corea del Norte.

La multa te daba derecho a un máximo de seis horas de metro.

De todos modos no me confié y compré un par de billetes más de 18 coronas.

No quería ni una sola moneda más de este país en mis bolsillos.

Comentarios

NeverMore ha dicho que…
Mi pensamiento en esos instantes fue: “¿Quién será más rápido, estas dos mujeres rodando por las escaleras o yo corriendo hacia abajo?”

je,je, eso me ha gustado mucho. Un saludo.
NeverMore ha dicho que…
Mi pensamiento en esos instantes fue: “¿Quién será más rápido, estas dos mujeres rodando por las escaleras o yo corriendo hacia abajo?”

je,je, eso me ha gustado mucho. Un saludo.
Helena ha dicho que…
Yo también hice las ciudades imperiales. De todas me quedo con Viena. En segundo lugar con Praga y acabo con Hungría. Lo siento por tu multa. Y sé que el carácter de los checos es así. Yo también lo ví. ¡Y las checas son peores!
Nai ha dicho que…
Haciéndote pasar por niño... defraudando a la Hacienda Checa... no me extraña lo de la multa, a la cárcel deberías haber ido!

No hiciste fotos de las escaleras por miedo a acabar en el calabozo??

Lo de los tacones es opcional según qué casos en mi caso el "tener que" indica obligación, por mi trabajo tengo que llevar el destrozaespaldas 2000 también llamado jodepies 2.0

Gracias por comentar en mi blog :)
Nai ha dicho que…
Lo cierto que aunque trabaje en ello a mi la publicidad tampoco me ha maravillado nunca con sus oscuras garras.
También tenemos que considerar que la publicidad opera a varios niveles y muchos de ellos siquiera los vemos, muchas veces hay razones ocultas por las que tenemos esto o aquello y que no sabemos explicar pero tienen un tinte publicitario.
De todas maneras el reino de la publicidad se encuentra cruzando el charco, el consumidor europeo es muy diferente al americano que es el que sustenta la publicidad, muchas veces lees cosas con las que alucinas pero es por que los americanos estan locos xD

Y Beigdeber es muy grande exagera mucho pero dice verdades como puños
Sergio ha dicho que…
Desde luego el tema es interesante. Y por cierto, Nai, has dado justo en la diana con Beigbeder. Creo que su mayor defecto es el que señalas, la exageración. Lo que no quiere decir que no tenga grandes aciertos. Y sí, ya había oído hablar de las razones ocultas por las que compramos esto o aquello.Creo que lo importante es no sobrepasar mi presupuesto por culpa de la publicidad.

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