El último comunista
Eric y yo tomábamos café y galletas en el comedor de casa. Estratégica e invariablemente mis manos seleccionaban primero las galletas de la caja con envoltorio. Son las que incluyen chocolate.
Él y su mujer intentaron decidir luego si querían té con menta o té de lima japonesa. Quise ensayar la democracia sobre el mantel de la mesa y usamos dos teteras. Todos contentos.
Eric es un cubano de veintipocos años (creo) que cambió su vida comunista por responder amablemente sobre la dirección de una calle a Ana, su actual mujer. Ella era una catalana que hacía turismo por allí y se llevó todo un “souvenir” romántico.
Sé que entre esa pregunta y el feliz matrimonio actual en Barcelona hay unos años de penurias, de mendigar permisos a los ariscos gobiernos, de autentificar el casamiento por amor y demostrar que no se hacía por una adquisición de nacionalidad, de esperas y separaciones con un océano de por medio y dos regímenes distintos. Pero gracias a eso yo podía disfrutar de un espécimen auténtico de comunista a domicilio. Si hubiese tenido un alienígena en mi casa o el fósil de un Pterodáctilo me hubiese interesado poco menos que por tener uno de los últimos comunistas reales del planeta. Cubanos he conocido varios pero todos huidos de Fidel, capitalistas en algunos casos y más papistas que el Papa o más amantes de la sociedad capitalista que los acérrimos autóctonos. Pero Eric no hablaba mal de Fidel Castro. Mientras diplomáticamente le buscaba el canal internacional cubano en la televisión digital, él contaba que de no ser por ese “dictador” muchos guajiros o campesinos se estarían muriendo de hambre ahora en Cuba. Plantar cara a los Estados Unidos les había aislado económicamente pero eran libres como sus cubatas. Yo pensé con cierta malicia “todos los cubanos tendrán algo pero ninguno tiene lo suficiente”. Y no lo pensé sin que él me diera la razón con su conversación. Allí no basta con trabajar para vivir. El cubano sale de su trabajo y tiene que trapichear para conseguir cubrir las necesidades. Si una empresa destaca y es competitiva se convierte en motor de otras que no van a ningún sitio y son como rémoras del crecimiento y de las que avanzan. Eric podía ser más o menos Castrista y admirarle y tratarlo ocasionalmente como un Superman caribeño pero el tipo es inteligente. Es matemático. Trabaja haciendo estadísticas para una empresa que usa electrodos y experimenta con los cerebros de la gente en psicología. Entre trabajo y trabajo escribe artículos para revistas científicas y así hace currículo. Su mujer es algo así como diseñadora gráfica para “Pronto” y tiene una amplia cultura humanística que choca frontalmente con la frivolidad de su revista. Son una buena pareja. Si el amor consigue mantenerles juntos el tiempo suficiente tendrán un niño con dos referentes interesantes y variados. Ciencia y letras y dos maneras de ver el mundo opuestas.
El caso es que Eric me cayó bien. Venimos de culturas muy diferentes pero yo limité mi habilidad toca- pelotas y él explicó esforzándose por la objetividad la forma en que veía a Fidel. De hecho, casi tuve que darle la razón en algo: los americanos no tienen por qué pedirles a otros países que aíslen económicamente la isla porque ellos lo hagan. Bien. Eric y yo podíamos unir el comunismo y mi capitalismo indolente y desapasionado sin enfrentarnos ni por las galletas (el tipo no tuvo inconveniente en comerse las que no tenían chocolate por más que él las hubiese traído).
Lo pasamos bien. Nos reímos. Compartimos gustos cinematográficos. Perdió jugando a un Trivial que tenía por casa y no le importó que ganase yo.
Sólo una anécdota me hizo dudar de la realidad a mi alrededor. Fue cuando dijo que antes de llegar a España encontró dos trabajos. Uno en Mallorca y otro en Barcelona. Pensé que cogió el de Barcelona por estar con su mujer. Pero también le pesaba que pagasen menos en Mallorca. Ana, irónica y divertida y con ganas de aguar fiestas dijo que se estaba volviendo muy capitalista. Yo me reí pero él no tanto. Tal vez había algo de cierto detrás de lo que decía su compañera medio en broma o medio en serio. Y recordé cierto primo mío que quiso seguir la carrera del sacerdocio y echaba pestes de los anuncios y del consumo pero como entretenimiento preferido visitaba conmigo el supermercado y se admiraba de lo que allí veía. Y recordé lo fácil que es convencer a quién nada tiene que tener mucho es más agradable pero lo difícil que es lo contrario. Para eso necesitas una dictadura y un control de los medios de información.
Sentí que mi último comunista auténtico se me escapaba entre las manos. Mejor dejar descansar la cámara de fotos para una mejor ocasión. Este ya tenía el virus mejor inoculado por los americanos.
Al parecer, con o sin crisis, el planeta Tierra tiende al capitalismo. O al suicidio, ya puestos.
Comentarios
Saludos
al suicidio, vamos todos al suicidio. por medio del capitalismo, cual emma bovary que es tonta y aburrida
y nos lo merecemos, además
besos
Excelente. Un abrazo.
POr otro lado el tema de la dictadura castrista es curiosa cuando menos...cuando empezo no se la consideraba tal dictadura sino una revolucion...pero toda revolucion que acaba en autocracia se determina en dictadura...una lastima.
PD:Aprende a compartir las galletas de chocolate camarada...que sean un bien comun ;)
Siento la tardanza
Un beso