Sobrio pero feliz
Había quedado para ver un concierto de un viejo grupo de
rock español. J. quedó con unos cuantos amigos más. Considero que más de dos es
multitud. Pero cuando llegué al local donde esperaban resultaron ser unos diez. Uno de ellos se había saltado los preliminares y ya estaba borracho. Casi
se me arrojó en los brazos saliendo del local:
-
Sergio, tío, cuánto tiempo. ¿Tú te acuerdas de
mí? Tú hacías música.
-
Claro.
Claro que no, quería decir, pero parecía buen tipo y mi
incapacidad para las caras es mítica. Mi memoria es abstracta pero no recuerda
a las personas. Mi madre no me dio de mamar recién nacido y he salido un poco
inhumano. Pero vamos, que el tipo tenía una borrachera agradable. Todo el
tiempo me repetía “qué bien lo vamos a pasar” y poco más. Él desde luego se lo
estaba pasando muy bien.
Nos tomamos un par de bocatas J. y yo mientras el grupo
compartía viejas anécdotas en las que nunca estuve y me hacían tanta gracia como
ser rociado con un bidón de gasolina y que me prendieran fuego (y aún ardiendo
tuviera que sonreír por educación).
Nos hicimos una foto de grupo de esas que os comento por
aquí. Las que van a parar a facebook con la gente haciendo caras extrañas y
sacando la lengua. Yo salí como despistado pero bien, era de esperar, sabía que era parte del juego cuando acepté.
Caminamos por el paralelo de Barcelona hacia la mítica sala
Apolo. Uno del grupo, casado y con tres hijos y una disculpable adicción a los
estupefacientes necesitaba porros. Hay que ser indulgente con la gente que
tiene familia. No es fácil ser padre o madre. De vez en cuando tienen que liberar tensiones. La vida de los progenitores es muy dura.
Por el camino mis
compañeros fueron vaciando sus vejigas por la deteriorada Barcelona. A mí se me
da mal sacármela en la calle. Incluso parapetado detrás de los contenedores. No
nos engañemos. El que está mal soy yo.
La sala era enorme aunque con visibilidad reducida. Unos
farolillos decimonónicos iluminaban el local de rojo. Parecía… bueno, otro tipo
de local que yo no visitaría.
Localidades agotadas. El rock y el punk siguen vivos. Mis
compañeros no tanto.
-
¡Qué bien nos lo vamos a pasar!- me gritó al
oído el tipo que decía que me conocía y me daba un abrazo.
El concierto bien. La mayoría entraba y salían para fumar
pero los verdaderos fans como J. o yo lo disfrutábamos en privado. J. hacía
fotos apartado del grupo que bebía en la barra como si no hubiera un mañana. Yo
cantaba todas y cada una de las letras. Ahí sí que no me falla la memoria. Soy
una gramola que camina.
Otro tipo al que no conocía( y esta vez de verdad) me cantaba en la cara. Conté hasta
diez para no hacer lo que me apetecía, soltarle un puñetazo y quitarle de en
medio o mandarle a cantar al suelo. Se fue cuando yo le canté más fuerte y le aparté a un lado.
Tuve algunos momentos buenos
dejándome mecer sin hostilidad por el oleaje de cuerpos que se movía a mi alrededor.
Algunas melodías que llegaban del pasado con sus recuerdos adosados daban más tristeza que otra cosa.
Me fui a ver qué hacía J. que seguía con su móvil y haciendo
fotos. R. se nos tiró encima y nos cogió a los dos mientras lloraba y recordaba
el par de fallecidos de nuestra generación que venían incluidos con las
canciones. Por la izquierda el de siempre me gritó que “qué bien lo estábamos
pasando”.
Cerré los ojos mientras me alegré privadamente de no estar
en las primera filas como en los viejos tiempos. Las cervezas volaban por los
aires hacia el escenario y alrededores. Una lluvia dorada etílica que no eché de menos. Pobre cantante. Lo malo de estar sereno es que te enteras de todo y todo
no siempre es agradable.
Los estímulos a mi alrededor no cesaban:
“Esa se parece a
Karina del Cuéntame” “Qué bien nos lo estamos pasando, Sergio, ¿Te sabes esta?”
“¿Quieres una birra?” “Eh, tíos, en la sala de abajo he visto churris, ¿Vamos
luego?” “¿Quién se viene al Camp Nou a por travelos? ¿Alguien? Sois unos
escrupulosos” “¡Dios mío, me he quedado pegado al suelo, oh, Dios, el suelo es
pegamento!”
El concierto estuvo bien, molestias aparte. Llevé esas guitarras bien afinadas en la cabeza durante un buen montón de días.
Bajamos a la sala de abajo. Un rapero improvisaba en free
style para un grupo de casi niñas. Le sugerí a J. y demás que nos fuéramos
antes de que las caras de asco de las criaturas nos empezasen a deprimir. Pensé que
no me harían caso. Conocía a la mitad de los que iban pero la otra mitad podía
ser una de esas manadas. Afortunadamente me tocó una con lobos sin dientes. No
le faltaron el respeto a nadie. Tal vez un poco a sí mismos.
El que decía que nos lo íbamos a pasar muy bien estaba
mosqueado. El cantante no había dicho “buenas noches Barcelona”. Intentamos
decirle que los roqueros son así pero el tipo estaba inconsolable. En su
ebriedad insistía que por lo menos “buenas noches Barcelona” tenía que haberse
dicho en el escenario. Ahora no se lo estaba pasando tan bien. Tenía el honor patrio ofendido. Por eso me gustan tan poco los nacionalismos.
Caminamos otra vez por el Paralelo. Nos fotografiamos frente
al Molino, sala en la que nunca he estado, por cierto. Fuimos donde una chica en el concierto nos dijo que lo pasaríamos bien, un bar acogedor con más cerveza. Allí nos sentamos en una fría terraza a
contemplar más el pasado que el presente en el que supuestamente estábamos.
Casi todos con los ojos semicerrados por los excesos. Recuperando los viejos
tiempos. Cada vez es más difícil quedar. Especialmente los que tienen
responsabilidades familiares.
Recuerdo cuando bebíamos para divertirnos. Ahora parece que
algunos beben para recordar los viejos tiempos y olvidar los presentes.
“Qué bien lo pasé”,
pensé yo a pesar de la sobriedad y la nostalgia. Y sí, me dio igual que el cantante no saludase a Barcelona. Los viejos rockeros no tienen modales. Sólo talento.
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Cuidate mucho.
Besos