Un par de postales gallegas (I de obviamente II)
Mi compañera y yo hicimos el camino a Santiago. En una hora y media. Fuimos volando. Y eso que no soy de aviones. Me ponen tenso. Pero llegamos pronto. Ya en la Plaza del Obradoiro veíamos llegar todavía emocionados peregrinos. Daban ganas de decirles que en Santiago de Compostela ya hay aeropuerto. Que se podían ahorrar el agotamiento y los albergues, el aroma a pies en los colchones, todo eso que unos llaman aventura y yo, sencillamente, no saber pasarlo bien en vacaciones. Pero ya lo decía una magnífica pintada en una pared de su casco antiguo, “Welcome to the Disneyland of Catholics”. Hay gente que cree. La creencia tiene ventajas. Te ayuda a sobrellevarlo todo, imagino. Yo no sobrellevo bien ni que me suban los precios en el supermercado. Esa gente pensaba que haciéndole la promesa de caminar mucho a su dios, este les daría algo a cambio. Un dios enamorado del ejercicio físico, supongo. Mejor que cualquier otro que te premie por llevar una furgoneta y atropellar gente o cosas así.
- No te rías- me dijo L.- O lo pagarás- me lo dijo con tono admonitorio de maldición.
Yo no me dí por aludido ni maldito. Y lo cierto es que no me río de los creyentes. No demasiado. Ya he dicho que a mí me haría falta cierto apoyo esotérico para sobrellevar la realidad. Me tomo la vida muy a palo seco.
Y la OMS también está a favor de caminar mucho. Pero con diez mil pasos diarios ya has cumplido. No necesitas caminar desde León o Francia hasta La Coruña.
Yo la promesa me la hice a mí mismo. Tratar de aprovechar la gastronomía local al máximo. Mi gran problema era que tenía poco tiempo para hacerlo y muchos restaurantes que visitar. Mi plan era básicamente el de comer como un cerdo, olvidar restricciones por unos días.
Pero una de esas noches mi organismo se rebeló. Me desperté de madrugada con arcadas.
Al día siguiente ya no podía afrontar ni el buffet matinal del hotel. Sólo tomé algo de leche con cereales.
- No me vas a fastidiar hoy Finisterre. Hacemos la excursión sí o sí. Eres peor que los niños. No se te puede sacar de viaje- me dijo mi comprensiva compañera.
Lo cierto es que no soy precisamente un aventurero. Pero aquello tenía explicaciones más prosaicas como el exceso.
- No debiste reírte el otro día de los peregrinos. ¿Ves lo que pasa luego?
- No me reí de nadie. Sólo eran reflexiones ociosas. Y esto no es una maldición.
- Yo creo que sí.
Fui al autocar de Finisterre bastante tocado.
A las dos horas de mascarillas, calor y ajetreo comencé a sudar anormalmente. Como había oído que esos sudores repentinos pueden avisar de un ataque al corazón todavía me puse más nervioso. Redoble mi transpiración. Afortunadamente la guía dijo que hacíamos parada. Yo la escuchaba mientras arrojaba los lácteos de la mañana en una bolsa de farmacia nada porosa, por suerte. No ensucié nada. Sólo mi buena imagen como viajero.
- Espero que no se hayan dado cuenta- le dije a L..
- ¿Y a ti que te importa la gente? Si estás enfermo, estás enfermo. Y además lo tuyo es una maldición. Y nadie, absolutamente nadie, se está fijando en lo que haces o dejas de hacer. Todo el mundo está mirando el paisaje.
Después de un rato de tomar aire, ver horreos y puentes de piedra me fui sintiendo mejor. Hasta que una extranjera se acercó:
- Are you sick?
Iba con sus dos niños pequeños y su marido. Me mostraba unas pastillas donde leí cafeína.
Menos mal que nadie se estaba fijando en nosotros.
continuará...
Comentarios
La primera vez flipé.
En la catedral vi una cola de gente que esperaba para golpear con mayor o menor intensidad con su frente en un busto o algo por el estilo con finalidades que desconozco con exactitud (algunos comentaban que era para volverse inteligente, obviamente los de la cola tenían cerebros mejorables).
La segunda vez ciertamente me pareció una especie de Disneylandia católica.
No he hecho el camino ni lo haré jamás.
Respeto a quienes lo hagan.
Unos hacen el camino de Santiago, otros dan vueltas a la piedra de La Meca, otros se bañan con muertos en el Ganges, otros decapitan gallinas mientras fuman puros y beben ron... y así mil ritos y religiones diferentes para intentar superar lo terrible de la muerte sin futuro ni esperanza.
Vaya viaje tuviste.
Yo no aguanto con mascarilla ni cinco minutos.
Saludos.
A mí me gustaría ser creyente, y creo que lo soy, porque creer que no se cree en nada ya es creer en algo ¿no?
Tengo una amiga que ha hecho el Camino de Santiado más de tres veces (creo recordar), diferentes rutas, y siempre me lo recomienda/aconseja. Dice que va más allá de creer en algo o no, que de lo que se trata es de estar con uno mismo y en su caso demostrarse que puede hacerlo sola, desenvolverse y buscarse la vida sin nadie al lado.
Tengo otra amiga que quiere hacerlo conmigo. A mí no me atrae nada hacer el Camino de Santiago, pero si es con ella lo haría. ¡Qué cosas!
Quedo a la espera de la segunda parte.
Besos.
P. D: tengo miedo de que no se quede el comentario.
Yo aguanto más que tú con mascarilla. Pero ese día no. Saludos
Lo de demostrase algo a uno mismo con el camino lo he oído también. Yo una vez gané mucha confianza montándome solo una estantería de IKEA. Cada uno tiene sus propios desafíos, tampoco me meto.
Si haces el camino vas a tener mucho que contar en tu blog. Besos
Yo lo disfrutaría. Me gusta caminar por la naturaleza, subir cimas y hasta calarme con la lluvia, pero hasta ahí daría mi camino. Las colas para la catedral, no. Y sin albergues, que prefiero acampar y dormir en paz.
Pues sí, menos mal que nadie os miraba. Qué mal ir en un autobús sintiéndote mal.
Esta vez me solidarizo con L. Sonrío.
Espero impaciente la siguiente entrega.
Abrazo, Sergio.
Un abrazo
Te mando un besazo!!
Sobre tu entrada de creer y no creer seguro que le puedes dar un tratamiento muy interesante. Ya veré si has decidido acabarla. Besos
Un abrazo. Espero que a estas alturas ya estés recuperado.