Una cita en Barcelona (I)
Aunque
estoy ocupado en tareas absurdas pero pesadas hoy empiezo a escribir
el relato de mi última cita sin prisa pero sin pausa. Lo haré como
algunas otras veces, por entregas, para no fatigar al lector y para
no fatigarme yo mismo. Deshabilito los comentarios hasta que acabe de
contarlo por el mismo motivo (pero si no os gusta que lo haga tenéis
el final de la historia para sugerirme que no os deje mudos en ningún
caso o para que no lo vuelva hacer). Yo seguiré merodeando por
vuestros blogs ya que me gusta todavía más leer que escribir.
Supongo
que la semana pasada tenía que haberme puesto con esta historia pero
es que entre una y otra cosa mi “amiga” de Andalucía no había
vuelto a aparecer más que para dar largas y alegar problemas
logísticos en sus mensajes. Que si tenía que avisar a su madre de
que le preparase habitación en Barcelona, que si no podía tendría
que hablar con su hermana... Y es que ella siempre había sido de la
ciudad condal hasta que alguien de Córdoba la hizo cambiar primero
de ciudad e imagino que luego de vida. Debo decir que Córdoba es una
ciudad que conozco muy bien o que conocía. Hace años que no la
visito. Sí sé que Lali allí, por mucho que haya cambiado la
región, no habrá podido hablar catalán. Recuerdo que por teléfono
siempre me decía cuando introducía algún castellanismo, “A la
Lali sólo se le habla en catalán”(dicho esto en
catalán,claro). Y a mí lo de hablarle catalán no me parecía ni
bien ni mal. Sí que me desagradaba que hablase de ella misma en
tercera persona. Para eso ya esta la gente como Belén Esteban y
famosillos de medio o cuarto de pelo de la televisión más infame.
Pero
el Domingo pasado no tenía nada que hacer. Normalmente, cuando no
tengo nada que hacer, no hago nada. Pero ese día estaba aburrido de
no hacer nada y las tardes de Domingo son tristes para casi todo el
mundo...
Por
la mañana fui a tomar algo con J. y mirar libros y comics a un
rastro del ocio que hay en Barcelona, el Mercado de San Antonio (o de
Sant Antoni si pasáis por aquí y os queréis meter en el bolsillo a
los pelmazos independentistas de “me quiero quedar sólo arando mi
pequeño huerto”).
Por
la tarde me duché sin más intención que la meramente higiénica y
sin pensar o aventurar contactos íntimos. La soledad produce hábito
y puede deteriorar la pasión.
A
medida que avanzaba la tarde y las siete, hora en la que había
quedado, se me iban disipando las ganas de salir. No me gusta ir a
ciegas a ningún lugar. Nunca me ha gustado. Si hubiese estado
desesperado tampoco me hubiese gustado pero estando más o menos
tranquilo la idea cada vez me gustaba menos. A veces me pasa que
acepto alegremente y entusiasmado una invitación y cuando llega el
momento es lo último que quiero hacer, acudir a ese compromiso que
yo mismo he aceptado con ganas.
Pero
cuando me comprometo cumplo y cumplí. Es el equivalente a taparte la
nariz cuando vas a tomar una medicina de mal sabor. Cuanto menos
pienses sobre eso más rápido pasará el mal trago. Y eso suponiendo
que yo fuera hacia algún mal trago salvo el hecho de que todo el
tiempo en metro y camino del Paseo de Gracia del centro de la ciudad
la pregunta estaba ahí: ¿Qué hago quedando con esta mujer? Una
mujer a la que conozco de varias llamadas blogueras de hace años y
de una última llamada surrealista.
Cuando
llegué cinco minutos antes de la hora ella ya estaba ella allí. La
reconocí a pesar de que en la memoria solo tenía aquella fotografía
borrosa. Hay gente a la que se le adivina el pensamiento por el
lenguaje corporal. Ella explicaba con todo su ser que era una persona
que esperaba a alguien. También el hecho de que se miraba el reloj
cuando llegué.
- ¿Lali?- le pregunté por si acaso.
- Sí- se dio la vuelta bruscamente y sonrió casi automáticamente, casi en defensa propia o a la defensiva- ¡Sergio! ¡Cuanto tiempo...!
Sí,
mucho tiempo. Tanto que ahora la Lali ya no hablaba ni en catalán.
Bueno, puede que un poco pero ya no me lo exigía.
El
otro dato interesante es que ella estaba más nerviosa que yo y eso
me relajó.