El poder del amor
Le vi venir de lejos. Haciendo giros
inseguros con la bicicleta. Dudando entre caerse hacia la derecha o hacia la izquierda.
Yo no aposté mentalmente porque la cosa estaba muy reñida. Lo único seguro
parecía ser que tocaría el suelo con la boca.
En esta ocasión no se trata de un
amigo. Se trata de un amigo de un amigo. ¿Son los amigos-as de tus amigos-as
tus amigos-as? Tengo que responder con un rotundo “no sé” más un firme “tal vez”
más un contundente “quién sabe, a veces”.
Tomaré como referencia para responder,
a mi mayor suministro de conocidos con los que no tengo nada que ver que es J..
La cosa suele ser así. Paseamos por
la calle. De pronto ve a alguien o alguien le ve a él. Se saludan y hablan o se
preguntan sobre asuntos más allá de mi vida cotidiana. Permanezco a la escucha
entre aburrido y fascinado, no hay término medio. El catálogo de amistades de
J. incluye desde gente que trabaja en bancos hasta ex delincuentes en
rehabilitación, tampoco se diferencian tanto.
Cuando acaban su charla, dependiendo
de las veces que nos veamos, nuestros rostros se hacen familiares y hasta nos
saludamos sin la intermediación de J.. En mi caso me cuesta más porque mi
reconocimiento de caras es bajo. Según la ciencia el cerebro femenino recuerda mejor
los rostros que el masculino. En ese sentido mi cerebro se corresponde bastante
con mis genitales.
Recuerdo que en una ocasión uno de
esos conocidos me paró una noche en que salía de un concierto. El tipo iba en
moto. La paró, se bajó y me detuvo con un gesto. Como llevaba casco pasaron
unos segundos de tensa incertidumbre. Debajo de ese casco podía haber alguien a
punto de pedirme dinero de muy mala manera. O alguien a quien sencillamente no
quisiera ver a las dos de la madrugada en que ya quería estar en casa y
durmiendo. Debajo del casco había un tipo con el que J. se detenía mucho a
charlar y al que solo conocía porque era un amante de las motos como él (no
recuerdo la banal anécdota que les unió pero estaba relacionada con estos aparatos
ruidosos y altamente inseguros). Me preguntó por el amigo común, claro. Luego
me dijo que él también venía de un concierto y no me ocultó que iba algo
bebido. Claro, lo mejor que puedes hacer cuando coges la moto, le dije, y se
rió. Estuvo charlando un buen rato y llegué más tarde a mi casa. La noche te
atrapa, sabes cuándo vas a salir pero es difícil averiguar cuando te van a
dejar volver. Pero este tipo de conocido afable y comunicativo es raro. Los amigos
de mis amigos suelen quedarse en conocidos que ocasionalmente saludas y que no
dan para una conversación de más de dos frases en el mejor de los casos. En el
peor te cambias de acera y miras con interés la primera tienda con escaparate
que aparezca o incluso una papelera.
El tipo que se me acercaba al
principio de este post era Francisquillo. Un conocido de los de siempre. Había
sido compañero de educación básica de J.. Siempre había estado por el barrio
que es un pañuelo. A este lo he visto siempre en el paisaje. He asistido a casi
toda su biografía mediante estos breves encuentros y él a la mía. Pero no es mi
amigo. Ambos lo sabemos.
Su vida, resumiendo mucho, incluía el
abandono temprano de los estudios, una novia que le dejó el corazón “partío”
tras un breve tiempo con ella, un resto de vida a medias entre el alcohol y
vete a saber que otras sustancias que le fueron despoblando las encías de
dientes… Quién dice vida dice algo que se le parece. A medias entre la casa de
sus padres dónde pernoctaba y discutía y la barra de cualquier lugar dónde sirvieran
cerveza, ocasionalmente se nos adosaba a J. y a mí. Nos ponía al día sobre sus
últimas aventuras. Hacía chistes de humor negro y se reía con esa boca de
piezas que iban dimitiendo, la sonrisa de los que a falta de ser felices buscan
estímulos dónde todavía se amargarán más.
Estaba envejeciendo rápido. La vida
intensa se quema antes.
Hasta que llegó la primera alarma. A
Francisquillo le debió sonar fuerte ese toque de atención de su cuerpo.
No nos lo contó con detalles pero de
un día para otro cambió la cerveza con alcohol por la 0,0. Ese tipo de susto que
te vuelve abstemio de un día para otro debió ser mayúsculo. Uno de esos que te
traen imágenes con salas de emergencia de hospital y la convicción de que no
vas a salir de esa pero que si lo haces le darás al rewind y cambiarás tu vida.
Él salió. Aunque la tecla del Rev no
suele funcionar igual en la vida. Todo deja su poso.
La nueva vida sana parecía sentarle
igual o peor que el vicio.
Ya sé que de momento no hay amor en
esta historia y desmiento el título pero es que continuará pronto.
Me voy a ver si el desgraciado que no
devuelve la tercera temporada de “House of Cards” a la biblioteca ha hecho lo
que debía. Nos vemos.
Continuará…
Comentarios
Un beso
Y sobre el tema de este, en mi caso, los amigos de mis amigos nunca han sido amigos, ni siquiera sus parejas por muy majas/os que sean. Como mucho, conocidos. Y ese Francisquillo, con ese nombre, no podía ser otra cosa que un medio quinqui (o quinqui entero), casi me sorprende su rehabilitación.
Un abrazo.
Dorotea: Pues sí, su rehabilitación me pareció durante un tiempo como la de Amy WineHouse, una espada de Damocles, un peligro inminente de recaída, una noticia grave cocinándose... Pero ahí estaba el hombre.
Y sí, ya, ya casi, no tardaré tanto. No tanto como suelo hacerlo quiero decir. Quería escribirlo en un post pero cada día se me hacen más largas las digresiones. Saludos
divague seguro pero
me perdonas ?
Y si hay que ver la guadaña muy cerca ...
y si ya nada es igual, se quedan tocados
tocados en el alma y en coco...
eso .. también lo sé
lo viví, lo padecí ,lo mamé
y ahora te lo conté
:-)
buen octubre ¡
Tu divagación es tan bonita que podría ser uno de esos posts tuyos. No te puedo perdonar porque no hay ofensa. Te lo puedo agradecer.
Gracias por tu comentario.
Después del viajecito en tren con un asesino y con otro que intentaba convencerlo de que abandonase la idea de darle matarile al otro que lo dejó en evidencia, evidenciando "gallitismo" porque su madre no se merece perder a un hijo tan bonicamente dulce... Pues tu tren me ha dejado a la hora justa en el andén donde el amor tiene un poder especial. El que se da, por supuesto, tiene amor. El que se compra, tiene interés notorio. Yo también tengo un amigo, que también es especial y singular, que tiene amistades de todo tipo. Me tiene a mí, ya ves, y tiene a otros que son cirujanos, que son banqueros, que son quinquis, que son músicos y que son actores. Tiene una de amigos que le faltará vida para tomarse un algo con cada uno de ellos...
Y sí, el broche final ha sido de traca y castillo de fuegos de artificio. Me encanta la serie House of the Cards. Ya he visto cuantas temporadas hay. Cada capítulo supera mis expectativas.
Lo último que he leído, por despiste, y porque es domingo y es temprano y el café aún está en estado de aproximación, ha sido lo tu bañista apolillado que no es Mireia Belmonte, que tiene una compañera que huye más del agua que muchos gatos y que lee, a la orilla del mar azul y amarillo, al viejo Hank Chinaski. Me gusta Mireia, me gusta Bukowski y me gustan los gatos. Llegas a incluir un escote y elevas a la categoría de maravilla este notable relato tuyo.
Sergio, gracias por las letras. Es una aventura leerte, un catecismo y un premio. Justo.
Un abrazo dominical.
Mario
Pero qué gozada de comentario. Es de los de relectura. Sí, vale, cualquiera diría que los halagos ayudan a pasarlo mejor pero es que no es eso. Es lo que haces con las palabras. Qué bien amaestradas las tienes. Yo solo juego un rato con ellas y poco más pero lo tuyo ya es de comer aparte. Más que admirar a Sabina vas a tener que dejar que Sabina te admire a ti y de paso te pida letras para sus canciones (cuando se canse de aquel otro escritor madrileño que le suministra últimamente gramática). Gracias por tus comentarios. Me los tomo como una parte más de tu blog. Es un lujo tener esas piezas de escritura tan inspirada apuntando hacia mí. Un abrazo.
Leo y comento...