Paisajes mentales, dudas

Fue una vez por la tarde. Estábamos sentados en un banco frente al mar. Había circunstancias que indicaban que allí podía haber algo más que eso. Entre ambos había una conversación de lugares comunes intrascendentes sobre todo y nada pero otra corriente alternativa de simpatía, de actitudes, de gestos, de quedar por quedar sin venir a cuento, de indirectas y por último de ese silencio entre nosotros en aquel banco. Estábamos sentados porque ella quería estar allí. Ella no podía hacer más. El que llevaba la carga o la obligación de otra persona era cosa mía. Ella no podía hacer más que lo que hacía sin arriesgarse a dar un mal paso y arruinar ese algo que parecía haber entre nosotros. Era yo el que dudaba ese instante sobre algo tan sencillo como romper ese silencio que se nos quedó frente al agua y las gaviotas con un acercamiento o dejarlo correr.
Todo se iniciaría con un simple gesto. Una montaña elevada que se abriría frente a mí de nuevas obligaciones, de explicaciones y hasta puede que gritos, de ruptura de hábitos, siempre me ha costado romper la cómoda rutina de una vida por la aventura de una pasión, dicen que para eso los hombres somos más conservadores y vaya si lo he demostrado. Era un gesto y matar a mi yo para tener que reconstruirme de nuevo. Se necesita amar mucho a alguien para pasar por el proceso de reconstrucción que supone cambiar de vida. En el cine siempre lo evitan poniendo un beso, un fin y los créditos. Pero lo que viene luego es más complicado. Es lo de después lo que me hacía pensar. Y pensar que a otra persona no te unes para pasarlo mal. Para eso ya está el trabajo. El amor, si no se piensa como un negocio o una inversión es libre y por tanto lo quiero confortable y estar seguro de que lo será. Tal vez por eso ya no me molestaban esos tiempos lentos de acercamiento entre dos personas. En la adolescencia, cuando no pensaba más allá de la carne me irritaban pero ahora el cortejo me resultaba más interesante que su resolución. Mejor estudiarla y ver o especular sobre qué nos podía esperar más allá de una cafetería o un restaurante, sobre el terreno y la guerra contra la vida. Qué tal equipo podría hacer con Ella en las buenas pero sobre todo en las malas. Porque hay un momento en la vida en que una compañero-a ya no puede ser ese-a con quién follas. El sexo requiere descansos y estos suelen ser más largos y ya ningún cuerpo, por atractivo que fuera, me compensaría de charlas estúpidas o bostezos eternos. Pero esto no era sobre el cortejo ni el amor ni el acercamiento entre dos personas. O sí pero sólo un poco. Esto era más bien sobre las dudas que me asaltaron una vez, hace mucho tiempo, en un banco de un puerto frente al mar. Tampoco es sobre lo que pasó o no que ha dejado de importar. Esto sólo era sobre el temor que tuve y la duda entre dejarlo correr o por el contrario posar mi mano sobre otra y matar el inútil espacio entre sus labios y los míos.
 

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