Paisajes mentales, la ley del más simpático.

Un verano dedicado al trabajo. Podría ser peor. Podría ser parado, sin ingresos y sin poder dormir con la cuenta del banco al descubierto.
Mi amigo el uruguayo del que conté vida y milagros o por lo menos chanchullos hace unos cuantos posts es una diversión continua. Y hasta una influencia mala o buena. Tiene un gran talento pero sólo lo usa para el mal aunque suelen ser maldades pequeñas que se quedarían en travesuras si fuera un niño y no un señor de sesenta y un años. Pero luego sigo con él.  
Mientras me gano al vecino psicópata del quinto, el terrible y antipático alemán que te pone trampas para medir la calidad de tu vigilancia o conozco el horror de pequeñas incomodidades como los árboles caducifolios que dejan caer sus resecas hojas en cualquier época del año, sueño desde mi trabajo con el sol y las playas que pertenecen a la vida de muchos de vosotros. Y me facilito la faena. 
Apunto todas las horas en las que el alemán aparece intempestivamente. Vigilo la dirección del viento que atrae nuevas hojas a los portales del edificio. Al alemán ya le he pillado las frecuencias, suele aparecer cuando yo tengo una escoba en la mano y una sonrisa en la boca. Es demasiado predecible, demasiado reglado su mundo, le adivino las entradas sorpresa y ya empieza a sonreírme y hasta me ha caído alguna propina por ayudarle con la compra. No bajaré la guardia. Con las hojas observo que se acumulan en montón frente a la portería y en el mismo sitio así que un gracioso golpe de escoba las empuja a lo grande contra el portal cerrado en mis horas de trabajo de un Zara cercano. Creo que les hago un gran favor a esas chicas de la tienda de ropa. Tantas horas dedicadas a la rutina de doblar trapos que las desconsideradas clientas dejan por ahí de cualquier manera y ni siquiera compran... Yo les hago cambiar el tedio de la faena repetida y les añado la de recoger las toneladas de hojas que ahora se acumulan en su puerta. No me pasaré a que me lo agradezcan porque soy un samaritano anónimo que no necesita que me aplaudan en la cara. 
Y luego llega el uruguayo terrible y me demuestra que para maestros él. Me llama por teléfono y me dice que llegará media hora tarde pero que yo me vaya. Sólo tengo que montarle el escenario. Busco el atrezzo. Un periódico abierto sobre la mesa, el termo del mate y el vaso con su pipa como si se estuviera consumiendo por alguien que ha salido un momento. Yo me voy cerrando la puerta de la garita y durante media hora la poca gente que pase a esas horas verá que el uruguayo no está pero debe andar cerca porque todo está dispuesto como si así fuera. 
Como decía, no es que use la inteligencia para el mal pero sí un poco para ejercitar la cara dura. 
Ese talentoso es un maestro. También el individuo más querido y respetado en el edificio. Es cierto aquello de mejor caer en gracia que ser gracioso.    

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